sábado, 11 de julio de 2009

Carlos de Rokha: Deslumbramiento e impotencia


Carlos de Rokha
Deslumbramiento e impotencia

Carlos de Rokha es uno de los hijos del matrimonio formado por los poetas Pablo y Winett de Rokha. Nació en 1920 en la ciudad de Valparaíso y falleció trágicamente en Santiago, en 1962, siendo precursor del destino funesto que siguió luego Carlos Díaz Loyola, su padre, más conocido como Pablo de Rokha, que culminó sus días autoeliminándose (aunque su hermana Lukó de Rokha descarta la tesis del suicidio, cambiándola por un ataque cardíaco). Además de la literatura ha cultivado la pintura (comprensible debido a que era el arte la ocupación de sus hermano Lukó y José). Juan Guixé lo ha calificado como “original, transformaba la vida en un mensaje, que después se hacía dispar, llena de recovecos, que más parecían un laberinto. Lamentable que, su muerte fue prematura, ya que él, podría haber dado mucho más de lo que todos admiraron, en su corta existencia”1.

A esto se agrega lo que ha dicho Jorge Teillier respecto de Carlos de Rokha: “llevó una vida totalmente amarga. Un poco también por su condición mortal. Carlos no era de este mundo. No era un enfermo mental sino un visionario, estaba alejado de la realidad. Eso lo refleja muy bien en su poesía que tal vez sea la mejor poesía surrealista chilena, como decía Eduardo Anguita y como también lo decía Teófilo Cid, que era la primera víctima de la Mandrágora, o sea del surrealismo. Carlos de Rokha a los 15 años escribía poemas angélicos”. Elizabeth Neira señala que era “maldito a pesar suyo, infantil, quizás por la sombra omnipresente de su padre”2 . Es importante señalar que Elizabeth Neira comete un serio error al “publicar” primero “Pavana del gallo y del arlequín” (lo sitúa en 1964) y luego “Memorial y Llaves” (lo sitúa en 1967), lo que es totalmente al revés.

No pudo ser encasillado en ninguna corriente literaria, o más específicamente en ningún “ismo”. Su primer libro “Canto profético (o también “poético”) al primer mundo” (1944) entrega visos claros de un autor, a esas alturas muy joven influido por el Surrealismo, pues tuvo flirteos con Mandrágora (Enrique Lihn lo calificó como “surrealista en estado natural”), pero lo que sí se puede decodificar es un barroquismo en esta primera escritura. Leonardo Sanhueza lo calificó de “órfico”, afirmación rebatible que se origina por estar quizás todavía trasnochado de su trabajo con Rosamel del Valle. Su segundo libro “El orden visible” (1956) confirma y refrenda lo anterior, al entregar un texto pletórico, recargado, henchido de palabras e imágenes, con un lenguaje que avanza a paso fuerte. Se consagra con “Memorial y Llaves” (1964) y con “Pavana del gallo y el arlequín” (1967), textos que han galvanizado no solamente su estirpe de poeta, sino de voz, de calidad inconfundible. Su deceso hizo surgir también casi con un efecto reflejo el calificativo de poeta maldito, en estos casos lo más fácil, también lo más llamativo, a pesar de lo manido del término.
Dentro de las ediciones de Carlos de Rokha utilizadas para revisar la obra, se cuentan las siguientes, todas originales, de los años en que fueron publicados, salvo la edición de “Pavana del gallo y el arlequín” (1967) que es la de la Editorial Universidad de Concepción, publicada en el año 2002. La edición de “Memorial y Llaves” es la que se ha publicado por parte de Ediciones de la Municipalidad de Santiago, 1964, a raíz del galardón que recibió en los Juegos Florales. Esta edición incluye un prólogo de Enrique Lihn (págs 5-13).

La recepción crítica
Dentro del tipo de críticas que se han recopilado estas tienen diversos orígenes. Una fuente es la de los artículos aparecidos en prensa. Estas informaciones versan sobre muchas cosas referentes a Carlos de Rokha, artículos respecto de su poesía, artículos sobre poesía chilena, y especialmente artículos críticos que poseen un gran índice de lamentación respecto del trágico deceso de Carlos de Rokha. Un ejemplo de esto es la crítica que realizó en El Mercurio el crítico chileno Ignacio Valente3 , en la que hace una crítica respecto de la poesía de Carlos de Rokha, con especial énfasis en la muerte del poeta, y en la lamentación de este suceso dado que trunca una carrera literaria que había dado luces muy llamativas, a saber los dos libros que en vida publicó Carlos de Rokha, además de los dos aparecidos de forma póstuma.
Los temas abordados por las críticas recopiladas son en su mayoría descriptivos y contextuales, dado que la muerte del poeta ha sido una suerte de “excusa” (lamentable por lo demás) para recién darlo a conocer, pero además de la defunción de De Rokha, han surgido artículos contextuales, como el de Elizabeth Neira, surgido con motivo del trabajo del poeta Leonardo Sanhueza en la recopilación y futura edición de las Obras Completas de Carlos de Rokha, tarea similar a la que realizó con Rosamel del Valle. O bien artículos recordatorios, como el caso del escrito de Francisco Véjar4 .
Además una fuente de críticas son las que aparecen tanto en prólogos así como en libros de otros autores que han dedicado páginas a Carlos de Rokha. Tal es el caso de Enrique Lihn, que ha compuesto el prólogo a la primera edición de “Memorial y Llaves”, así como textos que han aparecido en “El circo en llamas”5 . Además de estos escritos, Lihn ha publicado en “La pieza oscura”6 .
os textos a trabajar de Carlos de Rokha serán la gran mayoría, primeramente por que no son muchos, con predilección en los dos últimos volúmenes del poeta, “Memorial y Llaves” y “Pavana del gallo y el arlequín”, sus textos más célebres y que han despertado el interés de la crítica en la poesía de Carlos de Rokha. En cuanto al corpus crítico, se trabajarán en cuanto aporten al tema a trabajar, este es, la recepción unánimemente buena que ha tenido la obra de Carlos de Rokha, y la suerte de “lamento colectivo truncado” que ha surgido por la muerte del poeta, y de la gran poesía que no pudo continuar escribiéndose, lo que lo habría catapultado como uno de los grandes poetas chilenos del siglo XX, perfectamente equiparable a la figura de vates como Enrique Lihn, Jorge Teillier, los mandragoristas (Arenas, Gómez Correa, Cid) e incluso el mismo Pablo de Rokha. Lo anterior por cierto que no restringe al corpus a un medio o vertiente específica (prólogos, artículos, reseñas de prensa, críticas, etc.) sino que sirve a fines utilitaristas por parte de quien suscribe estas líneas, para poder cumplir a cabalidad con los propósitos temáticos antedichos.
Dentro del primer grupo de textos encontrados de Carlos de Rokha, están aquellos, de extensión menor que versan principalmente sobre la muerte del poeta, “nada hacía presagiar el prematuro desenlace”, señala una información, dando cuenta de algunos vicios periodísticos clásicos, que hoy se estudian en las escuelas de periodismo, o bien son denunciadas por conspicuos redactores.
Un ejemplo de esto es la información aparecida el 30 de septiembre de 1962 en la publicación “Las noticias de última hora”:

Repentino deceso del poeta Carlos de Rokha
Repentinamente falleció ayer en su residencia de Santiago el poeta Carlos de Rokha, vastamente conocido por sus obras y vinculado a los círculos intelectuales nacionales. Nada hacía presagiar el prematuro desenlace de De Rokha, quien a los cuarenta y dos años se encontraba en plena madurez literaria.
El extinto era hijo de Pablo y Winett de Rokha, ambos grandes poetas chilenos, de quienes heredó la acerada disciplina artística que caracterizó la laboriosa trayectoria de su obra poética.
En 1955, bajo el título genérico del “El orden visible” reunió en un volumen los siete libros de su producción intelectual, comprendida entre los años 1934 y 1944. Trabajador silencioso, sin ansias de publicidad, sólo en 1961 reapareció enviando un grupo de poemas al Concurso Gabriela Mistral de la Municipalidad, con los que obtuvo el Primer Premio. Dicho libro será editado por la corporación y constituirá su obra póstuma.
Los restos de Carlos de Rokha fueron velados anoche en la Casa del Escritor y hoy en la mañana fueron trasladados de allí al Cementerio General a las 11 horas.

También existen textos que sirven de epitafio y de recordatorio de la labro del poeta en vida. Así lo atestigua otro recorte de prensa, reseña de “Pavana del gallo y el arlequín” próximo al deceso de Carlos de Rokha, si bien no en los días o semanas próximas al deceso del poeta, pero no muy lejano en años7 :

(...)Carlos de Rokha con su “anotación del delirio”, tal como lo pedía su maestro Rimbaud, con su rico lenguaje y una profunda musicalidad consigue ese milagro de devolvernos el país perdido en muchos de los poemas de su libro póstumo que ahora comentamos (“Pavana del gallo y el arlequín”).
“A causa de la noche son más bellas las islas” dice Carlos de Rokha y la noche que lo rondaba, oscureciendo a veces su razón del visionario, él supo transmutarla en verdadera poesía, en belleza pura. Pero, junto a estos poemas de espacios abiertos iluminados por los gallos. Carlos de Rokha presenta otros (como “De profundis” o “Salmo en azul”) en donde con rara gravedad y madurez presiente su fin ya próximo, y describe su crucifixión en vida. Hay un mundo dolorido y alucinado, pero siempre se ofrece la belleza a manos llenas, como rara vez en nuestra poesía actual. Para los que alcanzamos a conocer a Carlos de Rokha en su breve tránsito, este conmovedor mensaje póstumo nos trae también la certeza de que la poesía puede seguir siendo “una alegría para siempre”.

Palabras póstumas del mismo tenor aparecieron en el diario La Nación de Santiago, también con ocasión de la aparición póstuma de “Pavana del gallo y el arlequín”, en 1968:

“Este libro revela a Carlos de Rokha como uno de los poetas más originales y significativos de nuestra literatura. Se destino fue trágico y su creación alucinatoria y vidente. Hace unas semanas reproducimos su inolvidable poema “De profundis”. Si algún chileno ha pasado –como Rimbaud- una temporada en el infierno, es Carlos de Rokha. Si alguno supo de los “paraísos artificiales” de Baudelaire, fue Carlos. Si alguno fue un ángel incapaz de comprender la vida y se expresó en una lengua de fórmulas encantadas, es este arlequín, es este gallo –ambos son Carlos de Rokha-. Poesía.8

Las palabras del crítico chileno del momento, Ignacio Valente, no podía estar ausentes a la hora de referirse a la actividad poética de Carlos de Rokha. También con motivo de la aparición de la “Pavana del gallo y del arlequín”, Valente vierte su juicio crítico sobre la obra de Carlos de Rokha:

“Este libro de escasa circulación, escrito por un joven poeta escasamente conocido –hijo de Pablo de Rokha, muerto ya-, leo con sorpresa algunos de los poemas más promisorios que se hayan escrito en Chile en los últimos años. Poemas de un niño visionario que conservó hasta la muerte un extraño acento infantil y un don alucinado de fantasía creadora. Versos de un poeta sin hacer, evidente en sus préstamos e influencias, indisciplinado en la forma, imperfecto hasta la incorrección, desigual e inmaduro, pero que contiene bajo su tosquedad un arranque de imaginación tan puro, tan turbulento y certero, como en vano lo buscaríamos en muchos artistas de más trabajada expresión. Su lectura nos hace divagar sobre el poeta que podía haber sido, si su espléndida ensoñación hubiera tenido en tiempo y la posibilidad de una adecuada decantación formal. (...)
Esta poesía se mueve en círculos de encantamiento, en la más pura magia de la infancia. Parece no haber despertado al mundo de los hombres, a la historia, al intelecto. Se da como rito de la imagen, como una inocencia primera de la fantasía; como una segura libertad de la imaginación creadora. Su mundo, sin embargo, no es un paraíso; está teñido de una esencia trágica, conoce la soledad y la angustia, y contiene a cada paso lo terrible. Es un extraño poder infantil el que convoca a las imágenes, como el poder de un niño que, sin embargo, sólo vive ya en el corazón de un trágico adulto, en “el insomne huésped que soy cuando de noche entro en mi ser visible”, niño desterrado por siempre, “solemne, vertical, desterrado, como un águila ebria sobre una isla en llamas”.9

Dentro de los poetas que más escribieron acerca de Carlos de Rokha se cuenta Enrique Lihn. El autor de “La musiquilla de las pobres esferas”, “París, situación irregular”, “A partir de Manhattan”, y “La pieza oscura” (donde aparece el poema “Elegía a Carlos de Rokha”) confeccionó el prólogo al libro “Memorial y llaves”. En él destaca varios aspectos del poeta. El primero de ellos es la condición de escritor incansable de De Rokha, condición “en que se fundían la obstinación de la hormiga y la peligrosa facilidad de la cigarra”10 . Sin embargo, Lihn desecha el realizar un elogio falso a De Rokha, sino que desea realizar “un homenaje realista a la memoria de un compañero de ruta”. Enrique Lihn rescata una frase decidora que publicó anteriormente en los Anales de la Universidad de Chile: “La poesía de Carlos de Rokha es de las que saldría gananciosas si se historiara, verdaderamente, el total de nuestra literatura. Con caracteres propios e inconfundibles la obra de De Rokha registró todas las inquietudes expresivo formales que han coadyuvado al desarrollo de una pequeña pero brillante tradición literaria”11 . Se destaca la capacidad expresiva de De Rokha, única, además de un poder muy singular de asimilación, ambas características que habrían convertido a De Rokha en un surrealista de tomo y lomo, al menos en cierta medida, “el único escritor cuyo psiquismo se ajustaba al orbe de ciertos valores surrealistas”12 , lo que quedaba refrendado por la presencia del escritor, su figura mental y física “siempre al borde del abismo, del desquiciamiento”13 , señala Lihn. De Rokha fue un “surrealista en estado de naturaleza” que habría desperdiciado la oportunidad de adscribirse con todo en uno de los movimientos señeros de la literatura chilena, la Mandrágora.
Lihn, teniendo muy en cuenta el abismo y el desquiciamiento en el que se veía sumido De Rokha, señala la presencia de un “verdadero demonio poético”. De Rokha es un poseso, un demonizado, cuya posesión le prodiga la facultad de un “furor verbal genuino y de una especie de infalible sentido de unión libre de las palabras”; se advierte también el entendimiento de la poesía como un estado de videncia rimbaudiana. Con todo, hay reparos, en especial hacia la primera poesía de Carlos de Rokha, que, pletórica de imágenes hasta el hartazgo, “a veces ahoga la poesía de Carlos bajo selvas de imágenes”14 . Lihn Identifica una posible necesidad de De Rokha de crear estos mundos sobrecargados de imaginación, en los cuales se introduce, de forma sutil “un pensamiento que diera algo así como una pauta remota del sentido total de ‘ciertas composiciones suyas’”15 . Finalmente, Enrique Lihn señala que la identidad de Carlos de Rokha debe rastrearse en sus poemas, en su lectura, y en lo que genera en quien lee. El estado psíquico del autor tiene una relación casi perfecta con su poesía, con su lenguaje y su capacidad de configuración poética.
Contemporáneo y amigo suyo, Jorge Teillier también se refirió a la poesía de Carlos de Rokha, más específicamente a su vida: “Llevó una vida totalmente amarga. Un poco también por su condición mortal. Carlos no era de este mundo. No era un enfermo mental sino un visionario, estaba alejado de la realidad. Eso lo refleja muy bien en su poesía que tal vez sea la mejor poesía surrealista chilena, como decía Eduardo Anguita y como también lo decía Teófilo Cid, que era la primera víctima de la Mandrágora, o sea del surrealismo. Carlos de Rokha a los 15 años escribía poemas angélicos”16 . Lo propio hizo su cuñado, el poeta Mahfud Massis: “Predestinado remador en las galeras del arte que escribió, o pintó, en toda circunstancia, a cualquier hora de la noche o el día, solitario o en medio de las multitudes, abstraído, casi ausente. Mientras el horror de las diminutas obligaciones nos avasallaba el alma, él, viajero ignoto, estaba lejos en el mundo de las emociones, de las imágenes y las palabras”17 . Eduardo Anguita también expresó su opinión acerca de Carlos de Rokha, dos años después del deceso del poeta: “vivió sumergido en una superrealidad, de manera que sus versos no eran sino el resultado más claro, la fosforescencia más próxima a nosotros, de un océano de visiones, en el cual vivía y sobrevivía heroicamente. (Fue uno de esos) artistas que pagaron con su equilibrio psíquico la videncia que naturalmente les fue concedida”18 .
Teófilo Cid, compañero de De Rokha en Mandrágora señala acerca de su poesía:

“La voz pura, casi diamantina de Carlos de Rokha, estaba hecha tan sólo para interpretar, como le ocurrió a Juan de Yepes, el doctor argelino, exclusivamente asuntos estelares. Profundizado en la emoción que trajo el surrealismo a nuestro continente, Carlos de Rokha siguió en forma entrañable los preceptos clásicos de Jean Arthur Rimbaud. Como el francés, poeta-niño igual que él. Carlos, nuestro poeta, atezó la llama de su poesía hasta sus últimas consecuencias, sin temor a quemarse. Por el contrario, buscó la fragante quemadura de Apolo y dejó que su cerebro se atezara bajo el incendio voluptuoso. De ahí la impresión de irrealidad que emanaba de su persona física y el violento torrente real que en cambio fluía de sus poemas. Extraña y paradójica condición del poeta.

Más allá en los años, en agosto de 1973 aparece una referencia a la poesía de Carlos de Rokha, a la sazón ya 11 años fallecido:

“Posiblemente mucho de la poesía de Carlos de Rokha circulara en una corriente de tendencias surrealistas. Poesía de experiencias últimas, poesía de rechazo a lo fácil y manido, a la facilidad que engaña y pierde. Los elementos poéticos de Carlos estaban lejos de una actitud confesional, que facilita cauces y temas; pero era, no obstante, la sangre que circulaba en sus palabras, y era su espíritu, que la muerte no dejó vivir en todo su auténtico sentido, los que lo hubieran logrado rescatar merced de una experiencia que su vida misma, tan poca, no dejó madurar.19

Hacia nuestros años
En las décadas más cercanas, la de los 90, la crítica ha seguido a Carlos de Rokha desde el recuerdo, ya no por motivo de la aparición de libros o bien del suceso de la propia muerte del poeta. El recuerdo del poeta, ya convertido en figura mítica, genera la impresión de no muchos caracteres en diarios capitalinos y de provincia, como este caso:

“Su poesía era original, transformaba la vida en un mensaje que después se hacía dispar, llena de recovecos, que más parecían un laberinto. Lamentable que, su muerte fue prematura, que él, podría haber dado mucho más lo que todos admiraron, en su corta existencia”.20

Menos que esto publica también “el ratón de biblioteca”, apenas una nota bio-bibliográfica:

“Nació en Valparaíso en 1920, y se suicidó en Santiago, 1962, Además de poeta fue pintor y cuentista. Bastante trabajo debe haberle costado, librarse de la influencia de ese cíclope de la poesía Universal que fue su padre Pablo de Rokha (...)”21 .

Con motivo de la publicación de las obras completas de Carlos de Rokha, el poeta nuevamente surge y gana líneas en prensa, ahora con más profundidad, y en una tribuna de mayor alcance, el diario El Mercurio, de Santiago:

Surrealista en Estado Natural

A las obras completas de Rosamel del Valle, el poeta Leonardo Sanhueza suma ahora la recuperación de Carlos de Rokha, el hijo mayor de Pablo de Rokha.

“Un surrealista en estado natural”, según lo definió Enrique Lihn, maldito a pesar suyo; infantil quizás por la sombra omnipresente de su padre. Carlos, el hijo mayor de la trágica progenie de los de Rokha quien se quitó la vida el a los 42 años, es autor de una obra singularmente delirante, profusa en imágenes, la que está siendo recopilada por primera vez en un proyecto de obras completas por Leonardo Sanhueza.
La fascinación por Carlos de Rokha nació de tempranas lecturas de Pablo de Rokha: “Todo el mundo llega así a Carlos. La sombra del padre es demasiado fuerte. Me llamó la atención descubrir un poeta cuya escritura no tiene nada que ver con la de un padre tan voluptuoso, que aparentemente ejercía una cierta tiranía sobre sus hijos y sobre quienes lo rodean. Incluso en la obra de Mahfud Massis, que fue yerno de Pablo de Rokha, se perciben afinidades temáticas. En cambio, Carlos es casi un niño, escribe de cosas mínimas, de paraísos perdidos, la tierra que añora, el abuelo”, dice Sanhueza.
Signado por el despotismo de una belleza magnética -la poesía de su padre - con la que tenia que convivir todos los días, la individuación y la diferencia lo ensombreció y lo marginó a una actividad dispersa. Pablo, el poeta tremebundo, reconoció un día ante sus amigos que lo que hacia grande a su hijo era que ni siquiera el, con su presencia que todo lo impregnaba, pudo influenciarlo. La independencia poética fue a costa de un temprano aislamiento que lo llevó a configurarse en el mundo con una inusual desadaptación, que no obstante es condición de la pureza de su poesía.
“Carlos de Rokha jamás pudo desprenderse de cierta irremediable malditez. El no es el poeta amalditado, el tipo que se esfuerza por ser maldito. Al contrario, se esmera en vano toda su vida por salir de su condición. Lo trágico es que nunca lo logra porque esta completamente desencajado en el mundo. Jorge Teillier, amigo cercano del poeta de Rokha, a cuyos universos poéticos se acerca sorprendentemente, dijo una vez que Carlos pago con su vida la condición de ser poeta. El artista nunca estuvo cercano a círculos literarios. Los que lo conocían eran sus amigos: Enrique Lihn, Teillier y Teofilo Cid. Con ellos hay cruces en la obra, sobre todo con Teillier en lo que concierne a una poesía de la aldea, de la infancia, pero Carlos de Rokha tiende mas al surrealismo de una manera natural”, explica el antologador.
Las obras completas de Carlos de Rokha incluyen los dos únicos libros que en vida logró publicar. “Cántico profético del primer mundo” (1943) y “El orden visible” (1955); los dos póstumos “Pavana del gallo y el arlequín” (1964) y “Memorial y llaves” (1967); mas poemas inéditos facilitados por Lukó de Rokha, hermana del poeta, quien además ilustrará la edición.
Sanhueza ha estado desde hace más de diez años sumido con un afán casi antropológico en el rescate de poetas olvidados por el mercado y las editoriales, pero no por el colectivo, que los recuerda como hablas mitológicas:
“Estos libros no están casi en ninguna parte, ni siquiera en librerías de viejos. Esto sucede porque en Chile la critica nuclea a los poetas. La poesía chilena se murió en las grandes figuras: Neruda, Mistral, Huidobro, Pablo de Rokha. Hay muchos nombres que circulan por debajo y que han sido injustamente ignorados por mucho tiempo. Es el caso de Carlos de Rokha, de Rosamel del Valle, de Humberto Díaz Casanueva, Omar Cáceres, Jorge Cáceres, Mahfud Massis y un montón de otros poetas que además no son escrituras fáciles”, afirma Sanhueza.22

La publicación del artículo anterior, surgido por la coyuntura de la publicación de Sanhueza, además aprovecha de recordar la figura del poeta. Lo mismo intenta Francisco Vejar, también en el diario El Mercurio, en esta ocasión en el suplemento “Revista de Libros”:

ANGÉLICO Y DEMONÍACO

Casi cuarenta años han transcurrido desde la muerte de este autor cuya valiosa obra poética ha permanecido en el olvido. En su época, Teófilo Cid, Eduardo Anguita y Jorge Teillier manifestaron una verdadera admiración por su trabajo literario.

PERTENECIENTE a la familia de los poetas malditos chilenos, Carlos de Rokha sintió a temprana edad el llamado de Rimbaud de hacerse vidente a través de un desorden sistemático de todos los sentidos. Fue tanta la admiración por el escritor francés que en 1954, al cumplirse cien años de su nacimiento, escribió a manera de homenaje en la revista Polémica, “Rimbaud el desconocido” donde esboza el ímpetu revolucionario e iconoclasta de la poesía y de la vida de ese creador. Según testimonio de su hermana Lukó, Carlos recitaba de memoria pasajes de Temporada en el infierno. Acerca de su personalidad, dice:”Era un poeta en todas y cada una de sus actividades; hasta comer un trozo de pan era para él un acto poético. Era un ser angélico y demoníaco al mismo tiempo.
Vivió inmerso entre la realidad y el sueño. Su existencia estuvo poblada de visiones que le hacían tender un puente hacia otros mundos. Ya a los quince años escribía poemas cercanos al surrealismo. No es casualidad que fuera tan afín al grupo Mandrágora con quienes compartiera largos años de amistad. Enrique Lihn, en el prólogo al libro póstumo de Carlos de Rokha, Memorial y llaves (1964), señala: “Muchas de las provocativas, vociferantes pero cuidadosas y eruditas digresiones de Teófilo Cid o de Braulio Arenas - en que se combinaban el humor negro, los llamamientos a Marx y a Freud, el conocimiento de ciertas corrientes exquisitas de las literaturas europeas...- sólo evocan, en última instancia, la poesía tremante, ávida, enajenada de Carlos, y su figura mental y física siempre al borde del abismo.
Poseía, un talento innato para la libre asociación de imágenes. En el poema “Retorno”, escribe: “A causa de la noche son más bellas las islas/ Los árboles más azules porque así lo ordena el mar (...)”. (De Pavana del gallo y el arlequín, 1967), obra que obtuvo el Primer Premio en los Juegos Literarios Gabriela Mistral de 1962.

Yo canto a lo terrible

En su familia siempre tuvo un lugar de privilegio. Desde adolescente era incorporado a las tertulias de los domingos en su casa. Entre los visitantes se podía ver a Vicente Huidobro, Ricardo Latcham, Teófilo Cid, Enrique Gómez-Correa, Braulio Arenas, Jorge Cáceres, Boris Calderón y otros intelectuales de la época. Por esos años estudiaba en el Liceo Valentín Letelier y en sus horas libres leía o pintaba. Lukó de Rokha recuerda la adolescencia de su hermano: “Estaba todo el tiempo leyendo y estudiando a los clásicos. Aprendió francés solo, y al final traducía poemas y recitaba en ese idioma. A los trece años empezó a pintar y a los catorce hizo una exposición que fue visitada por escritores y pintores que lo consideraron un verdadero talento. Fue absolutamente autodidacto. Pocas veces he conocido un hombre con más cultura que Carlos, quien habiendo vivido con una personalidad literaria tan avasallante como la de mi padre y con otra muy pura y especial como la de mi madre, nunca se sintió influido por ellos”.

A los 24 años publicó su primer libro de poemas, titulado “Cántico profético al primer mundo” (1944), donde el derramamiento del sueño en la vida real se mezcla con imágenes de luminosa imaginería: “Yo canto lo terrible; lo terrible es más bello/ que lo diáfano oh ciega memoria temporal de/ lo que somos (...) ¡Héroes míos, orad por el que llora sobre vuestras tumbas!”. Fue capaz de crear su mundo personal, único e intransferible. Hijo de poetas, Pablo y Winett de Rokha, a temprana edad mostró rasgos de excentricidad: a los 11 años estuvo tres días desaparecido de su hogar. Se creía que había sido raptado por una venganza política. Fue encontrado a los tres días, hambriento y casi sin ropa. Con unos compañeros del Liceo Valentín Letelier fue a ver la película Kaspa, el Hombre León. Después de ver el filme, decidieron errar por el mundo, en busca de aventuras. Partieron al Cerro San Cristóbal, pero cuando empezó a caer la noche, sus compañeros volvieron a sus casas. Sin embargo, Carlos no se atrevió a regresar, temiendo la ira de su padre. En la autobiografía póstuma de Pablo de Rokha, por otra parte, se lee: Carlos cuando contaba diecisiete años, se volvió loco. (...) Un día se arrojó desde el segundo piso del sanatorio. Cayó sobre un montón de tierra removida, lo que le salvó de morir. Después explicó que creía estar lanzándose desde el tablón de una piscina. Era un excelente nadador, y posiblemente vio agua donde había sólo pasto. Jorge Teillier aclara: Carlos no era de este mundo. No era un enfermo mental sino un visionario, estaba alejado de la realidad. Eso lo refleja muy bien en su poesía que tal vez sea la mejor poesía surrealista chilena, como decía Eduardo Anguita.

Escribía todo el tiempo. No importaba el lugar donde se encontrara: en piezas de hoteles, en los trenes, en el mesón de un bar... Su letra era diminuta e inconfundible. Existen hasta hoy muchos originales de poemas inéditos que permanecen en manos de su familia y que aún no han sido recopilados en libro alguno. Cabe recordar que en vida sólo publicó dos títulos: Cántico profético del primer mundo (1944) y El orden visible (1956). En preparación tenía a lo menos siete libros de poemas, entre los que se pueden señalar: Caída al coral (textos escritos entre 1935 y 1940) y La mano automática (narraciones y experiencias, 1941-1943). También hay poemas que se publicaron en varios números de la revista Multitud que dirigiera su padre. Allí participó en la redacción y en la venta de suscripciones. Fue uno de los pocos trabajos remunerados que tuvo. En el número de diciembre de 1939 encontramos un poema suyo titulado Si sirven los caprichos, donde dice: “Me parecen dolorosas e irreales/ No sin delicadeza y eso dulcemente/ Las manos de la devoradora de flores/ En el ángel, sus umbelas, en el ángel/ No azul revelado o que se consagra/ A la custodia de mis párpados/ A mis manos presas de la magia”.

Indudablemente, parte de estos versos traducen el sentir de su breve existencia. Yolanda Lagos Garay, poeta y amiga de los de Rokha, comenta: Lo conocí en los años cincuenta en el café Iris. Ahí estaban Altenor Guerrero, Hugo Goldsack, Armando Menedín, Teófilo Cid. Carlos llegaba con José de Rokha, su hermano pintor. Eran las famosas tertulias del Iris. Era muy ameno y poseía una ironía especial. Tenía algo que trascendía de sí mismo. Un sello que caracteriza a los verdaderos poetas.

Murió prematuramente, el 29 de septiembre de 1962, dejando tras de sí una obra que aún no ha sido valorada en su real envergadura.23 .

En provincias, aparece un texto de Ramón Riquelme que recuerda a Carlos de Rokha de forma más exhaustiva que la simple nota biográfica de unas cuantas líneas, siguiendo la línea de los artículos del Mercurio capitalino:

Apuntes sobre poesía chilena
La poesía chilena de todos los tiempos: 1922-2002, tiene múltiples registros estéticos de bajo, medio y alto sentido lírico. Por ello la comprensión de su sentido de lenguaje nos permite saber su dificultad en el diario ejercicio de la palabra.

Carlos de Rokha (1920-1962), con dos textos en su corta existencia: “Canto profético al primer mundo” y “El orden visible”, hay en los textos que examinamos aquí un lenguaje agresivo, pero de profunda y cálida ternura “De profundis”. Juega el vaticinador con las palabras para introducirnos en los laberintos de una palabra cuyo sentido final es la descripción de los seres y las cosas con un sentido estético de lo tierno y lo sencillo (“Interior”). La lírica de Carlos de Rokha tiene muchas lecturas, en su entonación épica se entiende (“Coronación del mar” y “Aparición del niño de humo”). Tenía su palabra una arquitectura barroca cuyos timbres y ritmos nos van mostrando la sensualidad de su oficio que usa el idioma para decirnos algo (“Pavana del gallo y el arlequín”).24

La recepción crítica de la obra de Carlos de Rokha muestra coincidencias. La primera de ellas es mostrarlo como un surrealista, más allá de estar adscrito o no de forma oficial a la Mandrágora. El surrealismo se identifica en los textos de De Rokha, y también en su personalidad, “siempre al borde del abismo, del desquiciamiento”, como dijera Enrique Lihn, además de advertir una fuente clara de la poesía de Carlos de Rokha: su imaginación, que parece fluir como un torrente sin fin. Este último factor se destaca como una de las cualidades del poeta.

Pero un factor que une las críticas y que se destaca en la mayoría de las informaciones revisadas es el pesar por el deceso del poeta, no por el deceso en sí mismo, sino por haber ocurrido este de una forma trágica y con una carrera poética muy prometedora. En vida Carlos de Rokha solamente publicó dos textos, “Canto profético al primer mundo” y “El orden visible”, con posterioridad a la muerte del poeta aparecieron los otros dos textos que restan para totalizar la bibliografía de De Rokha, “Memorial y llaves” y “Pavana del gallo y el arlequín”. Estos dos últimos volúmenes aparecieron de forma póstuma, y superan a los anteriores, en especial el último libro, la “pavana”. Aparecido en 1968, y habiendo ganado el Primer Premio de los Juegos Florales, la recepción de este libro estuvo mezclada por el asombro y la pena (esto se refleja particularmente en las apreciaciones de Ignacio Valente).
Si las informaciones anteriores a la aparición de este texto estaban centradas básicamente en lo terrible del deceso del poeta (coqueteando con lo policial), los artículos “post Pavana” tienen un tono distinto, en ellos es posible leer la frustración, el deseo truncado de ver qué habría pasado si es que Carlos de Rokha no se hubiera quitado la vida en ese fatídico día de septiembre de 1962. El impacto y la impresión que causó la aparición de las obras post mortem de Carlos de Rokha, especialmente la “Pavana del gallo y del arlequín” es el causante de este sentimiento, o de esta óptica de los exegetas de De Rokha. Ya sea por la reedición de los textos de Carlos de Rokha (Como el caso de Elizabeth Neira), o bien por el mero deseo de hablar de un poeta postergado (Vejar), se comparten estos sentimientos.

Algunas frases ejemplifican lo anterior. “(...) La sangre que circulaba en sus palabras, y era su espíritu, que la muerte no dejó vivir en todo su auténtico sentido, los que lo hubieran logrado rescatar merced de una experiencia que su vida misma, tan poca, no dejó madurar” (Víctor Castro).

“Este libro de escasa circulación, escrito por un joven poeta escasamente conocido –hijo de Pablo de Rokha, muerto ya-, leo con sorpresa algunos de los poemas más promisorios que se hayan escrito en Chile en los últimos años (...) Su lectura nos hace divagar sobre el poeta que podía haber sido, si su espléndida ensoñación hubiera tenido en tiempo y la posibilidad de una adecuada decantación formal” (Ignacio Valente).

“Su poesía era original, transformaba la vida en un mensaje que después se hacía dispar, llena de recovecos, que más parecían un laberinto. Lamentable que, su muerte fue prematura, que él, podría haber dado mucho más lo que todos admiraron, en su corta existencia” (Juan Guixé Cañizares).

“Casi cuarenta años han transcurrido desde la muerte de este autor cuya valiosa obra poética ha permanecido en el olvido (...) Murió prematuramente, el 29 de septiembre de 1962, dejando tras de sí una obra que aún no ha sido valorada en su real envergadura” (Francisco Véjar).

Deslumbramiento e impotencia, dos palabras que pueden caracterizar la recepción crítica a la obra de Carlos de Rokha. Deslumbramiento por la revelación de una obra poética única, singular y original; pena, porque el cultor, el creador sobresaliente de esa obra deslumbrante se había ido, sin dejar más, para siempre.

1 Juan Guixé Cañizares. “Poetas chilenos de nuestro siglo”. Litoral N°5, junio 1968.
2 Elizabeth Neira. “Surrealista en estado natural”. El Mercurio, domingo 19 de Diciembre de 2000.
3 Ignacio Valente. 1968. “Carlos de Rokha: Pavana póstuma”. El Mercurio, 19 de Mayo de 1968.
4 Francisco Véjar. “Carlos de Rokha (1920-1962): angélico y demoníaco”. El Mercurio, sábado 8 de julio de 2000.
5 Enrique Lihn. “Carlos de Rokha”. En, El circo en llamas, Santiago de Chile, Ediciones LOM, pp. 247-253.
6 Enrique Lihn. “Elegía a Carlos de Rokha”. En La pieza oscura. Madrid, Editorial LAR, 1984, pp. 83-84.
7 Revista Plan. 31 de mayo de 1968, Santiago.
8 Diario La Nación 26 de mayo de 1968. Santiago.
9 Ignacio Valente. “Carlos de Rokha: Pavana póstuma”. El Mercurio, 19 de Mayo de 1968. Publicado también en Poesía chilena e hispanoamericana actual. Ed. Nascimento, Santiago, 1975.
10 Enrique Lihn. Prólogo a “Memorial y llaves”.
11 Ibid.
12 Ibid.
13 Ibid.
14 Ibid.
15 Ibid.
16 Jorge Teillier . “Espejismos y realidades de la poesía chilena actual”. En Plan, Nº 27, 31 de Julio de 1968
17 Mahfud Massis. “Adiós a Carlos de Rokha”. En El Mercurio, 13 de Octubre de 1962.
18 Eduardo Anguita. “Carlos de Rokha, poeta paradisíaco”. En El Mercurio, 5 de Diciembre de 1964.
19 Víctor Castro. En Revista Occidente, N° 249. Agosto de 1973.
20 Juan Guixé Cañizares. “Poetas chilenos de nuestro siglo”. Litoral N°5, junio 1968. Republicado en “El líder provincial”, San Antonio, 24 de abril de 1990.
21 El diario de Aysén, Coyhaique, 28 de julio de 1990.
22 Elizabeth Neira. “Surrealista en estado natural”. El Mercurio, domingo 19 de Diciembre de 2000.
23 Francisco Véjar. “Carlos de Rokha (1920-1962): angélico y demoníaco”. El Mercurio, sábado 8 de julio de 2000.
24 Ramón Riquelme. “Apuntes sobre poesía chilena”. La tribuna de Los Ángeles, 26 de octubre de 2002.



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