PAVANA A LA DURMIENTE
Si pudiera llevar la noche a los lívidos espejos de tus uñas, sé que ya habría nacido el misterio. Si te fuera dado revelármelo, sé que tendría para mí una espléndida dicha. Pero sobre la noche que refleja extraños cisnes en tu cuello y sobre el alba que los borra (como surgiendo de un camafeo delicadamente conservado) estás tú, que eres la abolición del tiempo, porque a tus pies yacen las sombras del abismo, y tu cabeza, coronada de centelleantes resplandores, es la anunciación y el trofeo.
¡El enigma, la realidad! A tu solo paso, adorable jardinera del deseo que siembras toda magia: en su propia levedad se desvanecen y huyen hasta la total extinción.
¿Sientes cómo, en cambio, vuelven los turbadores, los extraviantes perfumes que se agitan en las umbelas del silencio? ¿No son ellos los prometedores de un embriagador e insospechado ocaso, de una inesperada redención? Ellos nos dicen que ha llegado la iniciadora en las ordalías, la que devora cabelleras-pájaros sobre refulgentes fogatas encendidas por los vagabundos.
Te digo que te silencies porque la hija anhelada, la sobrecogedora medianoche baila y se embriaga en nuestros rostros donde sólo palpitaría el crimen y el odio, que es la más total forma del amor.
Cuando tus ojos revelan la ansiada señal sobre ellos se ha replegado el misterio. Si se abren es la aurora boreal, si se cierran es que te han envuelto las emanaciones misteriosas que brotan del loto azul, talismán cegador llameando en tu frente orlada por la inocencia de los corsarios y la danza de un niño sobre la copa de roja espuma que veo alzarse en tus manos.
La graciosa sacerdotisa del ensueño se sonríe en tus labios (apenas entreabiertos para el cántico del seductor ritual que ofrecen) y entre tus dedos, a medida que de ellos cae la dorada arena y apaga las lámparas, tiembla el ramo de lilas aún húmedas que te traje esta mañana del mercado.
Si pudiera llevar la noche a los lívidos espejos de tus uñas, sé que ya habría nacido el misterio. Si te fuera dado revelármelo, sé que tendría para mí una espléndida dicha. Pero sobre la noche que refleja extraños cisnes en tu cuello y sobre el alba que los borra (como surgiendo de un camafeo delicadamente conservado) estás tú, que eres la abolición del tiempo, porque a tus pies yacen las sombras del abismo, y tu cabeza, coronada de centelleantes resplandores, es la anunciación y el trofeo.
¡El enigma, la realidad! A tu solo paso, adorable jardinera del deseo que siembras toda magia: en su propia levedad se desvanecen y huyen hasta la total extinción.
¿Sientes cómo, en cambio, vuelven los turbadores, los extraviantes perfumes que se agitan en las umbelas del silencio? ¿No son ellos los prometedores de un embriagador e insospechado ocaso, de una inesperada redención? Ellos nos dicen que ha llegado la iniciadora en las ordalías, la que devora cabelleras-pájaros sobre refulgentes fogatas encendidas por los vagabundos.
Te digo que te silencies porque la hija anhelada, la sobrecogedora medianoche baila y se embriaga en nuestros rostros donde sólo palpitaría el crimen y el odio, que es la más total forma del amor.
Cuando tus ojos revelan la ansiada señal sobre ellos se ha replegado el misterio. Si se abren es la aurora boreal, si se cierran es que te han envuelto las emanaciones misteriosas que brotan del loto azul, talismán cegador llameando en tu frente orlada por la inocencia de los corsarios y la danza de un niño sobre la copa de roja espuma que veo alzarse en tus manos.
La graciosa sacerdotisa del ensueño se sonríe en tus labios (apenas entreabiertos para el cántico del seductor ritual que ofrecen) y entre tus dedos, a medida que de ellos cae la dorada arena y apaga las lámparas, tiembla el ramo de lilas aún húmedas que te traje esta mañana del mercado.
A LA LLEGADA DE LAS HORDAS
CASCADA DE COPA
Los pájaros son su ropaje de Medusas
Sueñan cuándo vendrá el gran día
Hollad las rocas bellas gavilanes
JEAN ARTHUR RIMBAUD O LA SUITE NEGRA
El, que jamás ha osado poner precio a sus sueños,
Vio a los centinelas escupir los más espléndidos tapices
A ellos, los mismos que un día negaron las uvas del delirio.
El Festín de las Gracias lo había maldecido.
Bebía un licor extraído de todos los pantanos.
Donde la más bella aventura se perdía en sus propios misterio.
Mientras los aldeanos le veían salir de Les Ardens.
¡A dónde iba cuando en los graneros ardían los mitos del silencio?
¿Hacía qué radas de desventura en qué oscuros caballos de espuma lloraba a orillas del mar?
Ángel por demonio su ensueño se ha saciado.
Con los heliotropos mea las estrellas
Cuando las Furias le soplaban las orejas
Y su cabeza de fauno ardía por las hidras
Por el ángel que afeitan vive siempre sentado
Prófugo de sí mismo quienes le adoraban eran los malditos
Los que pedían sus visiones a un Leviatán de los paraísos infernales.
Ellos han besado sus manos igualmente lamidas por larvas en desorden.
Ellos amaban al infante prodigioso.
Alquimista de vocales hechicero castigado despierta.
Rompe las llaves mágicas que guardaban su clave
Y contra toda piedad arroja el mismo hastío.
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