domingo, 30 de agosto de 2009

OCEANÍA DE VALPARAÍSO


O los “porteños” son todos marinos, o los marinos son todos “porteños”, o las marinerías
dan la tónica a la fisonomía litoral, a las iglesias, a los prostíbulos, a las tabernas, a los patíbulos, al sol, a las cocinerías, a las pescaderías, a las borracherías, a las niñas bonitas que parecen damajuanas de porcelanas azul o guitarras o botellas de oro o tinajas de los abuelos, los bisabuelos, los tatarabuelos de Pomaire, acumuladas en la tonada nacional, el mar, el mar, el mar de Valparaíso, camina por los barrios y las bodegas, tuteándose, de hombre a hombre, con los trabajadores portuarios o los nortinos licoreados que “andan en tomas”, y las ropas tendidas son banderas o “claveles del aire” en los cordeles del proletariado creador de hogares, los cachureos-comercios ardiendo y saliendo de lo oceánico tentacular de tu escultura, como de los sargazos y los naufragios, o de antiguas batallas perdidas.
y los Mercados son puertos navieros del barrio de “El Cardonal” o de “La Aduana”,
anclados y atravesados de puñaladas, canciones y emigraciones.
como Marsella o Barcelona o Venecia o Liverpool o Nueva York, la gran ciudad podrida,
o Shangai, la gran ciudad heroica y progenitora, u Odessa o a la manera de la Babilonia de Nabucodonosor, en la que marranos de carne o seres humanos, encadenados a la misma coyunda del asesinato, acumulaban la sociedad partida en dos y enfurecida, o el garañón de látigos, en su enorme luto del mundo. (...)

Todos los caminos de todos los destinos de la tierra van a dar
al mar, Valparaíso. (...)

No buses corren, buques por las vías públicas de tu oceanografía: “el callejón de los
pimientos” o la “Subida de la Calagua”, que es la canilla de la puñalada y el cuero del viejo poeta Zoilo Escobar bracea nadando adolescencia abajo, las mareas de la Gran Mar Océano del Sur, desde su tumba verde o como musgoso de placton famoso; Carlos de Rokha nació y cantó muy grandes poemas adentro del complejo de tu pecho naviero, clavada la proa en los arcanos de la inmortalidad herida; y Tomás su hermano, rugía a la vida finita en la subida del Membrillo, arriba, ¡oh! Divino Valparaíso amigo, lo mismo, exactamente lo mismo, cuando el huaso a caballo domina la montura y la cabalgadura o cuando, bramando, la mula difunta lo patea o lo bostea contra su sombra, sí, en ti, “puerto viento”, puerto de hueso, puerto de fierro y lágrimas, aprendió a vivir y morir, colosal, con los dos años tronchados, a la vanguardia de la marinería de antaño. (...)

La oceanografía no es tu régimen, lo es la cantidad oceánica, la cual da la calidad
oceánica, transformándose y ordenándose y superándose
en tu estupendo poderío
espantoso, como un “Dios” decapitado, como un ataúd que se parase de repente y
se pusiera a gritar y a llorar como un tomo de poemas, solo.



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