sábado, 5 de septiembre de 2009

El "Págueme" en la cuitada vida de Pablo de Rokha



El "Págueme" en la cuitada vida de Pablo de Rokha


por Filebo

¿En qué mes de 1894 nació, al fin, Pablo de Rokha? ¿El 25 de noviembre, como sostiene su biógrafo Fernando Lamberg, o el 17 de octubre, como afirma Lukó de Rokha, hija del poeta? En el primer caso, De Rokha sería sagitario. En el segundo, sería libra. Pablo de Rokha tenía mucho más aspecto de sagitario que de libra. Pero dejemos de lado las supersticiones zodiacales para abordar el tema de las costumbres.

La vida de Pablo de Rokha no discurrió exactamente en un lecho de rosas. Con más exactitud, discurrió en un lecho de rocas. El apellido Rokha, dicho sea de paso, que adoptó en su juventud en reemplazo de su nombre civil no podría traducirse por lo que él deseaba o sugería pues, en vez de “roca”, Rokha vendría a significar “roja”. Tendríamos así que Pablo de Rokha no sería sino Pablo de “Roja”. Gracias a los desvelos de gente juiciosa como Naín Nómez (no Laín Gómez), Juan Pablo del Río y otros, la obra de Pablo de Rokha, uno de los tres o cuatro grandes de la poesía chilena de todos los tiempos, es desenterrada en estos días del panteón en que la sepultó la ingratitud de una época ante el asombro y el interés de los más jóvenes.

Según José de Rokha, hijo del autor de ‘‘Morfología del espanto”, en su mayor parte las anécdotas que salpican el itinerario del poeta pertenecen de hecho al género de la fábula. En explicación pública de lo que fue la vida en familia del poeta, acontecimiento verificado en la Sala América de la Biblioteca Nacional, el pintor José de Rokha afirmó que en la apreciación anecdótica del poeta desbarran por igual los especialistas en ditirambos y los maestros en diatribas. De acuerdo con sus palabras, Pablo, su padre, estuvo lejos de constituir el valentón algo megalómano que pretendieron destacar algunos. Como padre de familia, integrante él mismo de un elenco de 22 hermanos, con algunos de los cuales cortó amarras ya a horas del alba, no le fue fácil parar la olla cotidiana sin mengua del ropaje de arrogancia con que suele vestirse el trasformador del mundo. Cuesta muchísimo, en suma, vivir al mismo tiempo la fase de la creación poética y la fase del hombre que provee el sustento ordinario de los suyos.

En efecto, la lucha por los garbanzos de que hablan los españoles exhibe caracteres notablemente prosaicos. La lucha por la poesía llevó por lo común a los líridas antiguos a practicar una suerte de celibato. Si la Mistral y Neruda se hubieran llenado de hijos (Pablo de Rokha fue padre de nueve), es seguro que el destino de ambos habría mostrado líneas menos nítidas. Hombre pobre, no pobre hombre -“caballero proletario”, como le gustaba definirse-, Pablo de Rokha concebía la existencia al modo de un combate descomunal o colosal contra las impías fuerzas del filisteismo.

José de Rokha recordó sus horas de niñez pasadas en una casa modesta de la modesta calle Caupolicán, al otro lado del Mapocho. Allí se probó que el escritor es una institución virtualmente incapacitada para ganar plata. Las necesidades apremiantes obligaban al padre a recurrir a los servicios de la agencia de empeño (a cargo por lo general de un paisano español) situada en las cercanías. Había tiempos en que el viaje de los niños a la agencia de don Miguel, don Pepe o quien fuera, resultaba trajín diario. Don Miguel o don Pepe ostentaban la conducta de un hidalgo. Subían los valores de la prenda en oferta para servir mejor al poeta en apuros. De esta forma, yendo y viniendo, la vajilla de ochenta piezas de cristal se redujo a un lotecito de veinte. El caballero de la agencia de empeños seguía prestando el dinero como si se tratara del lote de ochenta.

Lo más doloroso se produjo cuando el padre pidió a José que fuese a empeñar el más hermoso par de zapatos de la casa: los zapatos que usaba precisamente Pablo y que, con verdadero amor, lustraba el propio José soñando acaso en un futuro de pintor brillante. Aquellos zapatos, tasados a ojo de niño por José en la posibilidad de un préstamo de 12 pesos, no lograron sacar en la realidad ni uno más que siete.La desilusión invadió al muchacho.

Pero todo eso no era terrible en comparación con el pavor que infundía un personaje de moda en dichos lugares y que no figuró jamás en nuestros libros: el “Págueme”. Según José de Rokha, el “Págueme” era un auténtico fantoche o cocoliche de carne y hueso, un mastodonte de hombre, vestido con ropa de etiqueta y tarro de pelo. Este fantoche llegaba a la puerta de una casa y profería el enorme grito de batalla: “Fulano de tal, págueme”. La insolencia y la vergüenza anonadaban a los moradores. Armado por los comerciantes del barrio, el “Págueme’’ hallaba escasa resistencia entre los vecinos que mantenían deudas insolutas.

La mañana en que el “Págueme” llegó a la casa de Pablo de Rokha presagió rayos y tormentas. Por las ventanas aparecieron ojos fijos. En ese mismo instante José de Rokha observó la trasfiguración de su padre. Al estentóreo e impudoroso bufido de “Págueme”, Pablo de Rokha se colocó con otro grito más sonoro, delante del agresor vestido de etiqueta. El poeta arrebató el báculo de que se acompañaba el cobrador disfrazado y dándole golpes en las piernas lo exhortó a la fuga.

El derrumbe bochornoso del “Págueme” desacreditó en el comercio del lugar tan indigno procedimiento de cobranza. Ello no permitiría librar de cuitas la difícil vida del poeta, pero al menos lo autorizaría a decir que había derrotado a un enemigo fantástico.


Escritos inéditos de Pablo de Rokha

Las Últimas Noticias / Lunes 12 de abril de 1999

por Filebo


Con Pablo de Rokha no había nada más dificil que ser objetivos...
Como él casi nunca lo era...
Naín Nómez, que, según nuestros datos, no alcanzó a conocer personalmente a Pablo de Rokha, ha llevado su adhesión a la memoria literaria del controvertido maestro del vanguardismo literario
en Chile al ejercicio del albaceazgo.

No deja escrito inédito de Pablo de Rokha sin revisar. De esta búsqueda prolija, según se lee en un semanario santiaguino, ha extraído tres libros: “Infinito contra infinito", “Cuero de diablo” y “Rugido de Latinoamérica”.

Entre paréntesis, existe un libro muy sólido de Guillermo Blanco titulado “Cuero de diablo”. Se trata de una perdurable colección de cuentos que Zig-Zag publicó en 1966.

De acuerdo con la crónica que relata las exploraciones de Nómez por los registros inéditos del autor de “Idioma del mundo”, “... no todo lo que escribió De Rokha durante los años 1967 y 1968 saldrá a la luz en la nueva publicación. Nómez reconoce que existe mucho material secundario (fue un escritor prolífico, autor de 38 volúmenes) y hay varias páginas de diatribas contra personajes de la época, aparte de su pública y mutua animosidad con Pablo Neruda. Por ejemplo, se expresa con
virulencia respecto del conocido crítico Hernán Díaz Arrieta (Alone) ...”

“A Alone lo trata de homosexual, lo que para De Rokha era un insulto importante. Lo acusa de haberse vendido a Neruda y a muchas otras cosas, ya sea (o fuese, ¿no?) por dinero, fama o
status.. .”

Recordamos cierta expresión que usaba Carlos Droguett para descalificar al Neruda de los años 60: “Ya está recalentando comida”. Escarbar en los postreros archivos de un maestro que ha escrito en abundancia y que ha publicado en abundancia, si es por traer a colación la imagen culinaria de Carlos Droguett, es como querer matar el de Rokha hambre con el raspado de la olla. A nuestro juicio es allí donde no debe acceder nunca el exégeta.

Para nosotros, que mantuvimos una leal amistad con Pablo de Rokha, amistad que nos permitió compartir la charla llena de franqueza alrededor de un sabroso guiso llamado chanfaina, la
aparición de las Memorias resultó una novedad absoluta por lo inesperada.

Nunca imaginamos a De Rokha escribiendo memorias. Pues bien, la presencia del poeta y
profesor Nómez en los cotos de la descendencia de Pablo de Rokha hizo posible el milagro de reunir páginas dispersas que parecían inarticuladas y que a la postre constituían la historia personal
del gran vate contándose a sí mismo.

Como decíamos al comienzo, la objetividad no era el signo de mayor fortaleza de Pablo de Rokha. Con él, frente a él, inevitablemente había que tomar partido. En forma curiosa, el día de 1965 en que celebró en su casa la obtención del Premio Nacional de Literatura, de su extenso comistrajo gozaron por igual amigos y enemigos. A vuelo de pájaro calculamos en una veintena el número de sus detractores que comían y bebían a expensas del hombrón generoso.

Eso tenía Pablo de Rokha: muy de capilla o fanático en sus posturas literarias, pero completamente manirroto en sus manifestaciones de amor por el prójimo. Ese día del Premio Nacional, era él, Pablo de Rokha, el primero en saber que su modesto y amable hogar de la calle Valladolid, en La Reina, era visitado en simpática algarabía por tenaces oponentes de antaño.

En nuestra mesurada opinión, donde hay un trabajo de fondo que exige la comparecencia de voluntariosos rokhianos es en las páginas de la revista “Multitud”. En esas páginas, Pablo de
Rokha, con este nombre o con algún otro seudónimo, escribió ensayos notables, tanto en el campo de la crítica como en el de la polémica. Reunir en un volumen tales ensayos daría lugar a un nuevo libro de la mejor vena del autor de “Arenga sobre el arte”.


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